Lucas 4:16 – Jesús
un Rabino con Shmijá.
Por Hno. Guillermo Palestina
“Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo* entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.[1]”
Cuando encontramos estas reseñas de eventos históricos y analizamos la figura de Jesús dentro del judaísmo del siglo I, es fundamental comprender que no era simplemente un predicador itinerante, sino que era realmente un Rabino con Shmijá, es decir, un maestro con autoridad especial para interpretar las Escrituras y dar nuevas aplicaciones a la Torá.
En el siglo I, la Shmijá (סְמִיכָה) era la investidura rabínica que otorgaba autoridad para interpretar la Torá y emitir juicios halájicos dentro del judaísmo. No todos los maestros de la Torá la poseían, ya que implicaba un nivel especial de reconocimiento y validación dentro de la comunidad rabínica.
Un aspirante a rabino debía estudiar intensamente la Torá Escrita (Tanaj) y la Torá Oral, que incluía tradiciones interpretativas transmitidas por los sabios. Esto se hacía en las sinagogas o en las casas de estudio (Beit Midrash), bajo la guía de rabinos reconocidos. Para ser candidato a la Shmijá, un estudiante debía ser discípulo de un rabino que ya tuviera autoridad. A menudo, los futuros rabinos pasaban años siguiendo a su maestro, aprendiendo no solo su conocimiento, sino también su método de enseñanza y aplicación de la Torá.
La capacidad de interpretar correctamente la Torá era esencial. Se evaluaba el conocimiento del candidato en temas de kashrut (leyes alimentarias), Shabat, pureza ritual, resolución de disputas y otras áreas de la Halajá.
La ordenación no se daba automáticamente. Un aspirante podía ser examinado en público, donde debía responder preguntas difíciles sobre la Torá y demostrar su capacidad para resolver disputas legales mediante el razonamiento basado en la Torá y la tradición rabínica.
Si el aspirante aprobaba todas las pruebas, tres rabinos con Shmijá colocaban sus manos sobre él en una ceremonia formal de investidura, otorgándole autoridad para enseñar e interpretar la Torá. Este acto simbolizaba la transmisión de autoridad desde Moisés, quien hizo lo mismo con Josué (Números 27:18-23).
Jesús es descrito en los Evangelios como alguien que enseñaba “con autoridad (Shmijá), y no como los escribas[2]” . Sus contemporáneos reconocieron que no era un maestro común, sino que tenía una autoridad excepcional para interpretar la Torá y las Escrituras.
En Lucas 4:16-17, se nos dice que Jesús, conforme a su costumbre, entró en la sinagoga en Shabat y se le dio el rollo del profeta Isaías. Este detalle revela no solo su participación activa en la vida religiosa judía, sino también que era reconocido como alguien capacitado para leer y exponer las Escrituras públicamente.
Este evento nos muestra que Jesús no predicó desde la periferia de la fe judía, sino desde su corazón mismo. Para la Iglesia de Cristo hoy, esto es una invitación a reconocer la autoridad de Jesús como intérprete supremo de la voluntad de Dios y a reflexionar sobre el fundamento de la Torá, sobre la cual se dio como fruto la redención y, por último, la Iglesia misma.
El Talmud enseña: “Aquel que estudia la Torá y la enseña, es
como un árbol plantado junto a corrientes de aguas[3]”. Jesús encarnó
este principio, siendo un maestro que no solo conocía la Escritura, sino que la
vivía y la revelaba en su máxima expresión. En Mateo 7:28-29, se nos dice que
la gente se asombraba de su enseñanza porque hablaba “como quien tiene
autoridad, y no como los escribas”. Este reconocimiento de su autoridad indica
que Jesús tenía una interpretación particular y reveladora de la Torá, algo que
solo los rabinos con Shmijá podían hacer.
Jesús no se limitó a exponer la Escritura de manera académica, teórica o hipotética, sino que la aplicó de una manera profundamente práctica. En su lectura de Isaías 61, Jesús declara que el Espíritu del Señor está sobre él para traer buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón y proclamar libertad a los cautivos. Con esto, no solo explica la Torá, sino que se presenta como el cumplimiento de la profecía mesiánica.
Este episodio en Lucas 4 nos desafía a reflexionar sobre cómo entendemos la autoridad de Jesús y su relación con la Torá. Para los primeros cristianos, la enseñanza de Jesús no fue un rechazo de la Torá de Moisés, sino su máxima expresión. Como dice Hebreos 1:1-2: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”. Esto significa que Jesús es la revelación definitiva de Dios y el cumplimiento de todo lo que la Torá y los Profetas enseñaron.
Este pasaje también nos lleva a reflexionar sobre nuestra actitud hacia la Palabra de Dios y, en particular, hacia la Torá. Jesús tenía la costumbre de asistir a la sinagoga y sumergirse en la Escritura.
Finalmente, la manera en que Jesús interpretó la Torá también nos desafía a examinar cómo aplicamos esta Palabra de Dios hoy. En esta línea de ideas, pueden surgir algunas preguntas honestas como las siguientes:
- ¿Cómo podemos imitar el compromiso de Jesús con el estudio y enseñanza de la Palabra?
- ¿De qué manera reconocemos la autoridad de Jesús en nuestra interpretación de las Escrituras?
¿Qué opinas al respecto?