Hechos 18:18 y 21:20-24, Pablo, el
Apóstol de los Gentiles, y su Observancia de la Torá
Por Hno. Guillermo Palestina
“Mas Pablo, habiéndose detenido
aún muchos días allí, después se despidió de los hermanos y navegó a Siria, y
con él Priscila y Aquila, habiéndose rapado la cabeza en Cencrea, porque tenía
hecho voto.[1]”
“Cuando ellos lo oyeron,
glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos
hay que han creído; y todos son celosos por la ley. Pero se les ha informado en
cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a
apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen
las costumbres. ¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán
que has venido. Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro
hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con
ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán
que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también
andas ordenadamente, guardando la ley.[2]”
El apóstol Pablo es un caso particularmente interesante
en la relación entre el cristianismo y la Torá. En Hechos 18:18 y 21:20-24,
vemos que Pablo, además de ser el apóstol de los gentiles, continuó observando
la Torá y participó en rituales judíos, como el voto nazareo.
Esto nos permite observar que, para Pablo, la fe en Cristo no anulaba su identidad judía ni su compromiso con la Torá. En su carta a los Romanos (Romanos 3:31), él mismo declara:
De esta manera, Pablo nunca enseñó que los creyentes judíos debían abandonar la Torá. De hecho, en Hechos 21:20-24, los ancianos de Jerusalén le piden a Pablo que demuestre su fidelidad a la Torá participando en un rito de purificación junto a otros creyentes judíos.
Esta acción reafirmaba que los judíos en la Iglesia seguían guardando la ley. La fidelidad a la Torá no era vista como algo opuesto a la fe en Cristo, sino como una expresión legítima de la identidad del pueblo de Israel.
La Torá, según Pablo, sigue siendo “santa, justa y buena[5]”, pero
en Cristo alcanza su propósito final. Para los creyentes judíos, esto
significaba que la Torá seguía funcionando como una estructura legítima dentro
de su vida y comunidad, mientras reconocían que la salvación provenía de la
gracia por medio de la fe en Jesús.
Por otro lado, Pablo deja claro que los creyentes gentiles no están llamados a guardar la Torá de la misma manera. En Gálatas 5:1-4, advierte que los gentiles que buscan justificarse mediante la Torá están de hecho “separados de Cristo”, lo cual es una clara prohibición de judaizar o incluso autojudaizarse. La carta a los Gálatas se escribió precisamente para corregir el error de aquellos que querían imponer la circuncisión y otras prácticas de la Torá a los creyentes gentiles.
Sin embargo, esto no significa que los gentiles carezcan de un código de vida. Pablo habla de la “ley de Cristo[6]”, la cual es el principio del amor y la justicia expresado en la enseñanza y el ejemplo de Jesús. En Hechos 15, el Concilio de Jerusalén establece que los gentiles convertidos no estaban obligados a seguir la Torá completa, sino solo a abstenerse de ciertas prácticas relacionadas con la idolatría y la impureza ritual.
Pablo vivía entonces en una doble realidad: como judío, continuó observando la Torá y cumpliendo sus preceptos, pero como apóstol de los gentiles, predicaba una salvación accesible sin la necesidad de cumplir la Torá mosaica. Su ministerio reflejaba esta tensión entre dos grupos dentro de la Iglesia y demostraba cómo ambos podían coexistir sin que la observancia de la Torá se convirtiera en un obstáculo para la unidad en Cristo.
De tal manera que los judíos creyentes continúan en la estructura de la Torá porque es parte de su identidad dada por Dios, mientras que los gentiles son bienvenidos sin necesidad de asumir esa misma carga. Ambos son parte de la misma familia en Cristo, pero con llamados distintos.
Claramente, este es un tema pendiente de tratarse dentro del proceso de restauración de la Iglesia de Cristo. Nos invita a reflexiones profundas y fundamentales que nos llevan a modificar nuestra cosmovisión y nos elevan a preguntarnos:
Si Pablo continuó observando la Torá,
- ¿Cómo podemos comprender su enseñanza sobre la gracia y la ley en nuestras comunidades cristianas hoy en día?
- ¿Cómo podemos fomentar la unidad en la Iglesia respetando las diferencias entre creyentes de origen gentil y judío?