El temor cotidiano (Proverbios 28:14)
Por: Hno. Guillermo Palestina
“Bienaventurado el
hombre que siempre teme a Dios; más el que endurece su corazón caerá en el mal”
Proverbios 28:14
En nuestros días, el
mundo vive en una situación constante de temor: temor por la salud, temor por
el sustento, temor a los asaltos y secuestros, temor de ser extorsionados o
estafados.
Con mucha tristeza, en
ocasiones nos toca observar cómo este temor paraliza incluso a miembros de la
Iglesia, quienes viven atemorizados de todo. Este temor irracional, dentro del
camino de la fe, muchas veces surge de nuestros propios pensamientos humanos,
de la concupiscencia de nuestros corazones o de actos pecaminosos como la
mentira y el chisme que dejamos entrar en nuestras vidas y tiende a paralizar
la obra que Dios espera de nosotros. En medio de todo ello, muchos creyentes y
líderes tropiezan en el pecado y, sin darse cuenta, son atrapados como peces en
una red (Eclesiastés 9:12).
Cuando la Iglesia se
enfoca en un temor que nace del pecado, este irremediablemente se convierte en
duda; y la duda es el peor enemigo de la fe en Dios. El escritor Santiago
advierte: “El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por
el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6).
Temor y duda son
herramientas poderosas y peligrosas que el enemigo utiliza para desviar al
creyente de la fe en el poder de Cristo y su obra redentora. Esto no es casual,
pues cuando damos lugar a ese temor y duda pecaminosos, es porque hemos
desplazado el temor reverente que debemos tener para con Dios. La Escritura
enseña: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Proverbios
9:10).
Dios y el Señor Jesús
deben ser el foco de nuestra confianza, reverencia y temor, y quienes realmente
motiven y señoreen sobre nuestra vida y nuestras decisiones cotidianas. Debemos
temer a Dios muy por encima del miedo humano que se origina en chismes,
mentiras y sospechas infundadas. Jesús mismo dijo: “No temáis a los que
matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede
destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28).
Cuando el temor de Dios
habita en nosotros, podemos actuar conforme a su voluntad con gozo y sin temor
del mundo, porque “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión
unos con otros” (1 Juan 1:7), y no hay tropiezo en nuestro andar. En
cambio, si nuestra vida está llena de dudas, malas sospechas, chismes y
mentiras, entonces la oscuridad nos envuelve; y en ese momento podemos estar
seguros de algo: ya no estamos caminando cerca de Dios (1 Juan 2:11).
Así que, amados
hermanos, temamos a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29).
Comportémonos varonilmente (1 Corintios 16:13), pongamos todo en manos
de Dios y Él nos hará volar bajo la cobertura de sus alas de gloria (Salmo
91:4), aun por encima del cieno pantanoso del mundo y de sus pecados.
Teme a Dios, guarda sus
mandamientos y procura agradarle en todo, porque “el fin de todo el discurso
oído es este: teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo
del hombre” (Eclesiastés 12:13). Busca con diligencia su amor
incorruptible y tu vida estará firme en Él, pues:
“Bienaventurado el varón que no
anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha
sentado;
Sino que en la ley de Jehová está
su delicia,
Y en su ley medita de día y de
noche”
Salmos 1:1–2.