El amor según el Apóstol Juan (Juan 14:15)
Por: Hno. Guillermo Palestina

Cuando Juan escribe en
su evangelio las palabras de Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”
(Juan 14:15), y más tarde en sus cartas afirma: “Este es el amor a
Dios: que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3), está enseñando,
sin lugar a dudas, que el verdadero amor cristiano no se mide por emociones ni
por discursos, sino por la obediencia práctica y cotidiana a la voluntad de
Dios.
El amor de Dios, según
Juan, es un amor santo que nos llama a caminar en la luz (1 Juan 1:7), a
apartarnos del pecado (1 Juan 3:9) y a vivir en la verdad (3 Juan 1:4).
Es un amor que muestra seriedad y disciplina, que nos corrige y transforma.
Amar a Dios significa reconocer su autoridad y vivir bajo ella, aun cuando
incomode o choque con lo que el mundo promueve en nuestros días.
Juan también nos enseña
que en la santidad de este amor es donde la comunión de la iglesia se hace
posible. Lo expresa así: “Pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia
de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Sin embargo, en la
escala de valores de la sociedad, el mundo habla de amor en términos muy
distintos, y los creyentes hacen bien en saber identificar esa diferencia. Hoy
se promueve un amor permisivo, que no pone límites, que confunde aceptación con
tolerar el pecado, y que muchas veces convierte lo inmoral en virtud. Es un
amor que invita a omitir el sano discernimiento entre lo bueno y lo malo bajo
el eslogan de “no juzgar”. Ese “amor” resulta atractivo, pero es engañoso,
porque nunca conduce a la santidad; por el contrario, lleva nuevamente a la
esclavitud del pecado.
El peligro, hermanos,
es que tristemente partes importantes de la iglesia han comenzado a confundir
estos términos. Se llega a pensar: “Dios es amor, por tanto, Él entiende y
acepta todo lo que hago; al fin, seguramente Él es misericordioso y lo pasará
por alto”.
Pero Juan es muy claro:
“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es
mentiroso” (1 Juan 2:4). El amor de Dios no se basa en una
permisividad que promueve el pecado, sino en una santidad que salva y libera.
Por eso, hoy más que
nunca, necesitamos volver a la doctrina bíblica que el Espíritu Santo nos
muestra a través del apóstol Juan:
Amar a Dios es
obedecer.
Obedecer es andar en la
verdad.
Andar en la verdad es
vivir en el amor verdadero.
El amor de Dios no se
complace en dejarnos como estamos, sino que nos transforma, nos limpia y nos
llama a vivir de manera distinta en medio de un mundo confundido.