Una Plenitud incomprendida (Lucas 15:11-32)
Por: Hno. Guillermo Palestina
"Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!"
El hijo pródigo dejó la casa del Padre buscando una vida mejor. Creyó
que su plenitud sería hallada en la independencia, en el disfrute sin
restricciones y en la lejanía de toda autoridad. Pero fue en su vacío más
profundo donde comprendió que todo lo que había despreciado era lo que
realmente daba sentido a su vida: la casa del Padre, donde había abundancia,
dignidad y amor.
Este mismo error se repite en nuestros días, muchas veces en medio de la
Iglesia. Los creyentes participan del pan espiritual, del amor fraternal, de la
enseñanza sana, de la esperanza eterna, pero pueden vivir inconscientes de esta
plenitud. Se puede estar en la casa del Padre, pero con el corazón distraído en
lo externo, pensando que lo que hay en el mundo es más atractivo.
Hoy muchos creyentes, al igual que el hijo menor, se van de la iglesia, físicamente
o en su corazón, espiritualmente persiguiendo cosas que creen que les darán más
satisfacción: “el éxito”, el placer, la autosuficiencia. Pero cuando llegan a
la “tierra lejana” de sus deseos, descubren el hambre espiritual, la soledad y
la degradación del alma.
El momento más crucial de la parábola ocurre cuando “volviendo en sí”,
el hijo se da cuenta: “en casa de mi padre hay abundancia”. Esa es la clave:
volver en sí, despertar, abrir los ojos al hecho de que lo que él había
despreciado era precisamente su plenitud.
De igual manera, la Iglesia es la casa del Padre hoy. Y solo aquí se
vive la gracia, la comunión, el perdón, el servicio, el propósito, la palabra
que transforma, el Espíritu que da vida. ¡Qué tragedia que esta riqueza pueda
pasar desapercibida!
¿Cuántos hoy están físicamente en la iglesia, pero su corazón está
lejos, insatisfecho, deseando las algarrobas del mundo? ¿Cuántos han perdido la
sensibilidad espiritual para valorar la herencia que tienen en Cristo?
Pablo exhorta a los creyentes a “ser fortalecidos con todo poder,
conforme a la potencia de su gloria” (Colosenses 1:11), pero esto solo es
posible si reconocemos la gloria que nos ha sido dada por estar en Cristo.
La plenitud de la casa del Padre no está en lo material ni en la
comodidad humana, sino en la relación viva y consciente con Él. La iglesia es
ese lugar de comunión. Pero si no somos conscientes de la riqueza que tenemos,
viviremos como pobres estando rodeados de abundancia espiritual.
Hoy, el llamado es a volver en sí antes de tener que pasar por la tierra
lejana. Que no tengamos que perderlo todo para valorar la plenitud que ya hemos
recibido. Que nunca demos por sentada la gracia de estar en casa, en la
presencia del Padre, en el cuerpo de Cristo.