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Un llamado a la Iglesia.

(Lucas 15:1-7)

Por Hno. Guillermo Palestina

 

 

El evangelio de Lucas presenta una escena profundamente reveladora en la parábola de la oveja perdida. Nos muestra cómo el foco del ministerio de Jesús eran, en realidad, personas señaladas en su tiempo, mal vistas y marginadas tanto por la sociedad religiosa como por la sociedad en general. El texto comienza diciendo:

 Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.” (Lucas 15:1-2)

 Este pasaje nos invita a reflexionar sobre un aspecto fundamental que debería formar parte de la cosmovisión ministerial de la Iglesia en nuestros días: la necesidad de acercar intencionalmente el Reino de Dios a los marginados de la sociedad. Lamentablemente, en muchos contextos hemos perdido ese enfoque esencial del ministerio de Cristo.

 Con frecuencia, nos sentimos más cómodos predicando el evangelio a personas que, desde nuestra perspectiva, parecen más receptivas, en lo general, gente amable, bien educada, de buen corazón, que encaja con nuestro ideal del convertido ideal. Sin embargo, en esa comodidad de nuestro pensamiento, corremos el riesgo de cometer el error común de volver a dejar atrás a los olvidados, los excluidos y los rechazados de nuestra sociedad.

 Vale la pena hacernos una pregunta introspectiva: ¿Quiénes son los marginados en mi comunidad hoy? Tal vez sean aquellos adictos al alcohol o a las drogas que deambulan por las calles, las personas sin techo que viven en las avenidas, quienes piden ayuda en los semáforos, las trabajadoras sexuales o aquellos que simplemente nos incomodan al solicitar una moneda a las afueras del supermercado.

 Creo sinceramente que, si Jesús viniera en nuestros días, ellos estarían entre sus prioridades ministeriales. El Señor no solo se acercaría a ellos, sino que también nos retaría a arremangarnos la camisa para seguirle el paso: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”(Mateo 25:40)

 Esta es una reflexión desafiante para todo creyente fiel, y especialmente para quienes servimos en las iglesias, pues nos confronta con una pregunta inevitable: ¿Qué responderemos al Señor cuando nos pregunte al respecto?

 Nuestro nombre, nuestro orgullo, nuestro ego y nuestra mentalidad conformada a los valores sociales, muchas veces limitan nuestra visión ministerial. Esas barreras no solo nos hacen tropezar, sino que también afectan directamente el cumplimiento del propósito de la Iglesia de Dios.

 Debemos tener siempre presentes las palabras del Señor Jesús: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Lucas 5:32); Y también: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (Lucas 4:18)

 Como Iglesia, necesitamos vivir esta misión. Es urgente reevaluar nuestras prioridades ministeriales y nuestra dirección congregacional. Que Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos conceda la humildad, el valor y la compasión para salir a buscar a la oveja perdida, sin miedo a ser incomprendidos o criticados, por amor al prójimo y fidelidad a nuestro Señor Jesucristo.

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