La Teología que predicamos vs La Teología que vivimos
(1 Timoteo 4:16)
Por: Hno. Guillermo Palestina
Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo
esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren. (1 Timoteo 4:16).
Los escritores
Tim Chester y Steve Timmis hacen una declaración importantísima que, en muchas
ocasiones, no identificamos en nuestra vida eclesial cotidiana. Ellos afirman: “La
teología que verdaderamente importa delante del Creador no es la que
profesamos, sino la que practicamos.”
Y es que, en la
actualidad, un fenómeno que está inundando a muchas iglesias, es el hecho de que, una
cosa es lo que predicamos y enseñamos con la Biblia en mano en nuestras
congregaciones, y otra muy distinta es lo que practicamos en nuestra vida
diaria. Lo cual deriva en que, sin darnos cuenta, comenzamos a desviarnos de la
doctrina bíblica y empezamos a vivir en una doctrina diferente.
La Escritura
declara con claridad, “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos.” (Santiago 1:22). Cuando
esto sucede y se mantiene por algún tiempo, el corazón puede volverse
insensible ante tal situación, llegando incluso a sentirse cómodo y seguro en
esta forma adulterada de vivir. Comenzamos a pensar que la Biblia expresa
buenas intenciones, pero no exigencias reales. Llegamos, peligrosamente, a
suponer que Dios no habla en serio para nosotros.
Esta actitud
lleva al creyente a deslizarse lentamente. La carta a los Hebreos nos advierte:
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que
hemos oído, no sea que nos deslicemos.” (Hebreos 2:1)
Cuando este
fenómeno se consolida, produce una afectación espiritual profunda, no solo para
el creyente en cuestión, sino también para su familia. Su fe en Dios comienza a
deformarse peligrosamente. Esto es aún más alarmante cuando esta forma herética
de vivir se presenta en un líder congregacional. Si esta manera errada de
percibir y vivir el evangelio es observada por la iglesia, esta podría ayudarle
a corregir su rumbo, siempre y cuando tenga el amor suficiente de intervenir de
manera oportuna y sabia, conforme a la voluntad de Dios (Gálatas 6:1). Pero
si el amor de la iglesia no está firme, si no hay una comunidad espiritual
madura y valiente, tristemente nadie dirá nada. Entonces, la situación se
vuelve aún más peligrosa. Pues bien sabemos que “Un poco de levadura leuda
toda la masa.” (Gálatas 5:9)
Esto puede llevar
a que una congregación entera se acostumbre a vivir en medio del pecado
intencional de sus miembros y llegar a entender incluso, que nadie debe decir
nada al respecto. Tal actitud puede afianzarse, y llegará el momento en que
todos acepten, tácita o explícitamente, que una cosa es lo que se predica y otra
muy distinta lo que verdaderamente se vive. Esta hipocresía puede convertirse
en un cáncer espiritual que se expanda hasta invadir a toda la iglesia (1
Corintios 5:6-7), llegando al grado de que con la bandera de un amor mundano,
traten de justificar como congregación su mala manera de vivir.
Es como mirar un
árbol cuyas ramas han crecido torcidas. Cuando no se le corrige a tiempo, al
llegar a cierta altura y fortaleza, ya no es posible enderezarlo; sus ramas ya
no responden a la raíz. Así es también una comunidad que ha dejado de someterse
al señorío de Cristo, en su dinámica congregacional cotidiana, es decir en la
doctrina en que viven.
Pablo tenía en
mente una situación semejante cuando le dijo a Timoteo un consejo que permanece
intacto hasta nuestros días: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina;
persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te
oyeren.” (1 Timoteo 4:16)
Por tanto, la
iglesia en general, tanto ministros como miembros, debemos en todo momento,
presentar un corazón sincero delante del Señor. No debemos subestimar Su
Palabra en nuestra vida cotidiana. Lo que Él ha declarado es verdad y vida para
quienes están en Su Reino y bajo Su autoridad. “Santifícalos en tu verdad;
tu palabra es verdad.” (Juan 17:17); pues “El que tiene mis
mandamientos y los guarda, ése es el que me ama.” (Juan 14:21)
Cuidemos la
Palabra del Señor en nuestras vidas personales, familiares y congregacionales.
Señalemos con firmeza, todo desvío del verdadero evangelio. Alejémonos de
aquellos que enseñan, por medio de sus acciones, un evangelio diferente, que no
es conforme a la piedad. “Si alguno
enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor
Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada
sabe...” (1 Timoteo 6:3-4a)