La locura del reino y la predicación,
(Hechos 17:6)
Por Hno. Guillermo Palestina
Cuando recordamos la vida del apóstol Pablo, indudablemente no contemplamos a un hombre común. Contemplamos a un profundo creyente en Cristo cuya vida representa una fe viva, profunda y radicalmente transformadora. Su vida nos da testimonio de un cristianismo significativo, que nos muestra un caminar con Dios que tocó muchas vidas y dejó una huella imborrable en la historia de la Iglesia. Su ministerio nos permite ver al menos cinco aspectos fundamentales:
Pablo no conoció un evangelio pasivo. Desde el momento de su conversión
en Hechos 9, su vida se volvió un constante torbellino de actividad: predicar,
escribir, consolar y confrontar. Su ministerio es testimonio de un cristianismo
en movimiento e incesante. Su acción nos muestra a un cristiano llamado a vivir
la fe en lo cotidiano de cada día.
El camino de Pablo no fue fácil ni cómodo. En lugar de buscar aceptación
o éxito terrenal, Pablo abrazó el sufrimiento, los señalamientos y las injurias
como parte de su llamado ministerial. Fue apedreado, azotado, encarcelado,
naufragó y padeció hambre (2 Corintios 11:23–28). Su reflexión en Gálatas 2:20:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí...”, no parece ser solo una expresión figurada o espiritual, sino literal,
física y real.
Pablo nunca fue indiferente al pecado, a la injusticia o al engaño
espiritual. Enfrentó a falsos maestros, denunció la idolatría y desafió la
corrupción del corazón humano con la verdad del evangelio. Desde Elimas el mago
(Hechos 13:8–11) hasta los judaizantes en Galacia, Pablo fue una voz firme que
no temió señalar el error, sabiendo que confrontar el mal era una forma de amar
y proteger a la iglesia. Nada más políticamente incorrecto que su consejo en
Efesios 5:11: “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas,
sino más bien reprendedlas.” Y su advertencia a Timoteo, que trasciende hasta
el ministro actual, él declara: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina;
persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te
oyeren.” (1 Timoteo 4:16)
La teología paulina no nació de emociones, filosofías o pensamientos
sofisticados de su época, sino de la revelación divina y la Escritura. Su
enseñanza está profundamente anclada en las promesas proféticas, hechas
realidad en Cristo. Su ministerio consistía en una sana doctrina viva y establecer iglesias
firmes y bien fundamentadas en la Palabra de Dios. Para Pablo, la Biblia no era
un objeto de contemplación, sino una guía para la acción consecuente de la fe.
Él es quien afirma: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para
enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que
el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2
Timoteo 3:16–17)
El impacto de Pablo fue tan poderoso que es imposible leer sus cartas
sin percibir la fuerza de su convicción, el amor de su corazón y la verdad de
su mensaje. Un cristianismo así no puede ser ignorado: es luz en medio de las
tinieblas y vida en medio de la muerte. De hecho, algunos decían de él y sus
compañeros: “Estas personas que han trastornado el mundo han venido también
acá.” (Hechos 17:6). Lo cual no es más que el escándalo del Reino y la locura
de la predicación Bíblica verdadera.