Parecido a Dios
(Génesis 1:26)
Por: Hno. Guillermo Palestina
“Entonces
dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza;”
Génesis
1:26.
La expresión דְּמוּת
(demut), que se traduce como semejanza, alude a una cualidad que, en cierto
sentido, hace al hombre parecido a Dios. Así como el Todopoderoso Creador es
libre para pensar, expresar y hacer todo cuanto desea, así también el ser
humano goza del libre albedrío para analizar, reflexionar y actuar conforme a
su voluntad (Génesis 1:26-27). Esta capacidad lo distingue
fundamentalmente de toda la demás creación, que carece de esta virtud otorgada
por Dios exclusivamente al ser humano.
Dios llevó a cabo la obra de la creación en
su totalidad. Él creó al ser humano, y a cada uno de nosotros de manera
personal (Salmo 139:13-16). Nos da la vida, el aliento y cada latido de
nuestro corazón en todo momento (Hechos 17:25). Nos sustenta diariamente
tanto física como espiritualmente; de hecho, nuestra existencia misma está en
sus manos.
Sin embargo, Dios ha decidido ocultar su
rostro y permitir que el hombre elija libremente si le seguirá o no (Deuteronomio
30:19). Como señala el Dr. Tatz: “El libre albedrío define al ser humano”.
En nuestras manos está esta facultad, y lo que decidamos hacer con ella
definirá, de forma irreversible, nuestro destino eterno (Gálatas 6:7-8).
En el plan de salvación, Dios obra con
gracia hacia la humanidad. Él ha planeado, anunciado y realizado la salvación por
medio de su Espíritu Santo y del Señor Jesucristo (Efesios 2:8-9). Pero
para que esta salvación se haga efectiva en la vida de una persona, es
necesario que ésta ejerza su libre albedrío, aceptando y recibiendo la obra
salvadora de Dios (Juan 1:12). Sin esta decisión consciente, la
salvación permanece fuera de su vida.
En este sentido, el libre albedrío que
conduce al verdadero arrepentimiento es la llave que abre las puertas gloriosas
de la gracia de Dios para salvación (Hechos 3:19). ¡Qué profunda es esta
verdad! Un día toda la humanidad se enfrentará a ella, cuando veamos a nuestro
glorioso Salvador descender del cielo con poder y majestad (1 Tesalonicenses
4:16-17). En ese momento, nuestros espíritus temblarán con un
estremecimiento celestial, y nuestros cuerpos no tendrán otra opción más que
ser glorificados o avergonzados, según el camino que hayamos tomado mientras
vivíamos, usando nuestro libre albedrío (2 Corintios 5:10).
El libre albedrío es, entonces, un regalo
divino, decisivo y trascendental, de hecho, de vida o de muerte (Proverbios
14:12). Por ello, debemos reflexionar profundamente en cómo lo hemos usado
hasta ahora, y cómo deberíamos emplearlo de aquí en adelante, recordando que
esta cualidad, en cierto sentido, nos hace semejantes a Dios, capaces de
decidir acerca de nuestro destino final.
El texto talmúdico declara: "Todo está en manos del Cielo, excepto el temor a Dios",
enfatizando que la decisión de obedecer o no a Dios recae en la voluntad
humana, un regalo que conlleva responsabilidad eterna.