“La Piedad” en las Cartas Pastorales (Timoteo & Tito)
Por: Hno. Guillermo Palestina
Como bien se puede apreciar en
los textos de las epístolas pastorales (Timoteo y Tito), existen varias
similitudes que es importante destacar.
En primer lugar, estas cartas son epístolas personales, lo cual representa una
característica particular que las diferencia del resto del conjunto de
epístolas dirigidas a congregaciones, también escritas por el mismo autor,
tradicionalmente reconocido como el apóstol Pablo. Esta condición cambia
completamente el carácter, la profundidad y la forma de lo escrito, ya que se
trata de documentos con una carga emocional, familiar y personal que no está
presente en otras cartas paulinas.
En segundo lugar, estas cartas están dirigidas a líderes misioneros de la Iglesia que
requerían orientación para cumplir correctamente con la encomienda que se les
había confiado.
En tercer lugar, las congregaciones donde estos hermanos estaban ministrando (Éfeso y
Creta) enfrentaban el peligro de falsas enseñanzas que amenazaban la fe de los
creyentes más vulnerables.
En cuarto lugar, el
comportamiento general dentro de la comunidad de fe se había debilitado, y
varios sectores importantes de la iglesia no estaban asumiendo con
responsabilidad el llamado de su salvación.
En quinto lugar, no se contaba con un liderazgo definido y comprometido que cumpliera con
las cualidades específicas que todo líder de congregación debe cultivar y
preservar.
En sexto lugar, dentro del contenido de las cartas se percibe una intención clara de
reafirmar la legitimidad del apostolado de Pablo. Esto sugiere la presencia de
detractores que probablemente ponían en duda su autoridad apostólica, creando
cierta tensión en las comunidades.
Ante este contexto adverso, el
escritor no duda en señalar con firmeza las acciones erradas que deben
corregirse dentro de la Iglesia. La estrategia de instrucción empleada en las
cartas consiste en crear un contraste claro entre quienes actúan con injusticia
y corrupción doctrinal —personas hipócritas que alteran la enseñanza sana— y
aquellos que, por el contrario, permanecen fieles a Dios, manifestando en su
vida la virtud de la santidad y el camino justo, expresado por el autor con el
término “piedad”.
Este concepto, la piedad,
tiene una profunda carga teológica y destaca como una de las temáticas
centrales de las cartas pastorales. Se menciona repetidamente en pasajes clave,
como por ejemplo:
1 Timoteo 2:1-2: “Exhorto, ante todo,
a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos
los hombres, por los reyes y por todos los que tienen autoridad, para que
vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.”[1]
Estos textos muestran que la
piedad está relacionada con la vivencia práctica de la fe: una vida que
refleja honra, fidelidad, respeto y humildad ante Dios. Tanto en el contexto
romano como en el hebreo del primer siglo, la piedad era considerada una virtud
honorable, una cualidad admirable tanto para creyentes como para no creyentes.